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Quando Mohamed V sucedeu ao seu pai Yusuf I, não se limitou a concluir as reformas iniciadas por este, mas deu início à construção daquela que seria sua grande obra, o magnífico legado que nos deixou na Alhambra: o Palácio dos Leões. Este palácio constituía as dependências privadas da família real e foi construído no ângulo formado pelos Banhos e pelo Pátio dos Arrayanes.
No Palácio dos Leões, a arte nasrida alcança o seu auge, atingindo uma beleza de sensibilidade e harmonia incomparáveis. A luz, a água, as cores e a decoração requintada transformam este palácio em um deleite para os sentidos, onde se abandona o período anterior de decorações mais abstratas e geométricas para adotar um estilo mais naturalista. Sem dúvida, trata-se de uma influência cristã, intensificada pela amizade entre Mohamed V e Pedro I, o Cruel, então monarca cristão.
O palácio é composto por um pátio central rodeado por galerias de colunas, em estilo semelhante a um claustro cristão, que permite o acesso às diferentes salas: a oeste, a Sala dos Mocárabes; a leste, a Sala dos Reis; ao norte, a Sala das Duas Irmãs, os Ajimeces e o Miradouro de Daraxa; e ao sul, a Sala dos Abencerragens e o Harém.