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A día de hoy, la Alhambra es uno de los monumentos más visitados del mundo. Turistas de todo el planeta se acercan al monumento nazarí con el objetivo de disfrutar de un arte único en la historia. Por sus palacios y jardines han paseado icónicos personajes, desde políticos a deportistas, pasando por escritores como Washington Irving o personajes de Hollywood como Brad Pitt.
Lo que no se conoce es que en un pasado no muy lejano una emperatriz visitó el monumento. Hablamos de Isabel de Baviera, emperatriz austro-húngara popularmente conocida como “Sissi” a raíz de las películas de Ernst Marischka, que trataron la figura de la misma.
A principios de 1893 la emperatriz austro-húngara realizaba un viaje de incógnito por España. Al parecer, admiraba los territorios mediterráneos y por ello mandó construirse un palacio en la isla de Corfú (Grecia) a la vez que adquiría un lujoso yate para visitar los diferentes territorios de la zona. Esto se debe a que la emperatriz evitaba permanecer en Viena y se dedicaba a viajar continuamente por todo el Mediterráneo desde su palacete, rodeada por su séquito.
Desde finales de 1892 se embarcó en un viaje por todo el litoral mediterráneo español. Intentó en todo momento mantener su anonimato, algo que siempre intentaba en sus continuas escapadas. Se tiene constancia de que estuvo en Mallorca, Málaga, Córdoba, Sevilla o Valencia. También llegó a Granada, de cuya estancia se tienen muchos datos.
Al parecer, llegó en tren a la ciudad de la Alhambra, donde permaneció entre los días 5 y 9 de enero. El Defensor de Granada, periódico de la época, relataba la noticia de la llegada de la emperatriz, aunque evitó dar demasiados detalles ante las presiones gubernamentales.
Fue el 6 de enero, día de Reyes, cuando realizó la visita al monumento, después de pasar la mañana en el Carmen de los Mártires. Acompañada por todo su séquito, a primera hora de la tarde, comenzó la visita a los palacios y el Generalife. Finalmente, concluyó el recorrido por la noche, gracias a la luz de unas 800 bengalas y antorchas que iluminaron la alcazaba y otras partes del monumento. También se sabe que se alojó junto a todos sus acompañantes en el Hotel Washington Irving, antes de partir de nuevo a su aventura mediterránea.
El Pergamino de El Polinario, documento en el que se reflejaban en aquel momento las firmas de las personas ilustres que visitaban la Alhambra, recogió ese día de Reyes una serie de firmas de relevancia. Junto a la de la emperatriz, la del capitán de su yate y una de sus damas de compañía firmó Jacinto Benavente. Un hecho que ha pasado a la historia por sus formas.
El autor, que ganó el premio Nobel de Literatura en 1922, visitó ese mismo día la Alhambra junto a un íntimo amigo. Lo curioso es que no firmó en el documento aquel día. En aquellos momentos, Benavente no era realmente conocido, lo cual no le permitió el “honor” de estampar su rúbrica junto a la de la emperatriz. Fue el compositor granadino Ángel Barrios el que llevó el documento a Madrid en 1939 para que el escritor firmase. Su buen amigo consideró que Benavente debía de tener ese honor. Es por ello que Barrios no escatimó en esfuerzos para que el ganador del Nobel ocupase el lugar que le correspondía en aquel documento, ahora histórico.
Este relato demuestra cómo hubo un día en el que el azar hizo que dos iconos históricos se paseasen por una Alhambra que en aquel momento seguramente era muy diferente a la actual. La alcazaba, los palacios, el Generalife y otros espacios que a día de hoy son visitados por miles de personas fueron testigos de una peculiar coincidencia única y que a día de hoy sería imposible.